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20/05/2006

FACTORIA 228
Nada que negociar
SOBRE LO OBVIO, LA NATURALIZACIÓN Y LA INDIFERENCIA

Hemos dicho que la continua repetición y mezcla -en el formato propagandístico de “noticiero”- de la necesidad de efectuar bombardeos atómicos a los "terroristas", de accidentes automovilísticos, de “excesos” en torturas en alguno de los tantos campos de concentración imperiales, del “show” del momento, del último cantante de Miami, o de Londres, del chisme farandulero, de la crónica concertada de antemano con la policía, de un reiterado procedimiento "contra las drogas", de la catástrofe de una inundación o de una sequía (esta última no es tan televisiva como su opuesto), es intencional no casual. Con esto se logra naturalizar e insensibilizar.

Junto a ello el sistema capitalista como maquinaria de consumo (para lo cual ha creado lo obsoleto como contraparte indispensable, es decir de derroche para obtención de Poder) ha educado a las masas como robots que trabajan o delinquen (con la muestra que los delitos que triunfan y enriquecen son los de "guante blanco") para alcanzar lo inalcanzable: el consumo perpetuo que nunca se satisface. La educación de un modo de no vivir, anula todo proceso y por ende todo pensamiento capaz de relacionar. Un pensar incoherente y la anulación de la imaginación producen la indiferencia del opa.

Lo mediático instaura lo superficial y lo ajeno, lo distanciado. Luego, lo real (el mundo no digital) sólo cubre la conciencia con lo inmediato: el partido de fútbol, el automóvil, el trago, el indeseado inferior que molesta, el fin de semana largo, el boliche... Los bombardeos sobre poblaciones y las invasiones colonialistas no interesan, porque no molestan. Están fuera de todo horizonte de interés. En cambio el medio pelo se escandaliza e indigna, cuando unos pobres (perdedores) molesten su andar en automóvil. O que alguien fume al lado de uno. Sí, se escandaliza por el cigarrillo. Y los “dirigentes” inventan prohibiciones para que no se fume “en lugares públicos”.

También se da un fenómeno curioso. Aquellos que en la realidad reclamaban –por ejemplo– respondiendo a la manipulación de la TV, que mataran a todos los negros delincuentes que estaban saqueando Nueva Orleáns, que aplaudieron a la gobernadora y a la Guardia Nacional cuando llegó con tanques, y hasta a un comando israelí que patrulló las calles, luego se conmoverán hasta el llanto ante una historia inventada por la fábrica de sueños sobre el drama de una familia blanca y decente atrapada por el huracán Katrina.

Lo digital que es algo que no está, inspira emociones que lo real -cuando está- deja llenos de indiferencia o de odio a los que están tomados por el control mediático del sistema.

Y no es que el medio pelo no sepa (ignore). Muchos han escuchado y menos han leído por allí, que pasa algo en Irak, en Tartagal, en el Chaco, o en las costas del río Uruguay. También no ignoran que se habla insistentemente de bombardeos atómicos. Ocurre que el milagro de la captación subjetiva y las modernas técnicas de dominio han logrado el distanciamiento del Otro. ¿Ocupa acaso la pantalla de conciencia o su co-presencia el genocidio irakí o palestino y la continua planificación y ejecución de la expansión imperial? ¿Está presente en los robóticos andarines portantes del celular por esas calles porteñas, el drama de los pobres de Tartagal o los asesinatos de indígenas para quitarles las tierras?

Ni siquiera aparecen en la pantalla de conciencia niños pidiendo de comer en las calles. Hay una auto-censura que hace que no se complete el proceso perceptivo y quede sólo en mera sensación indiferenciada. No se ve, porque no se mira. Es la alucinación NEGATIVA. Y esto ocurre no sólo en la vía “pública” (término extirpado del lenguaje) sino en cualquier consorcio de propiedad horizontal de la megalópolis capitalina. Todos se encuentran encapsulados en su ombligo.

“A mí no me toca, entonces no me interesa ni me importa”. O “que hagan lo que quieran, ya me va a tocar a mí y si levanto la perdiz mañana me tendré que portar bien, y no me conviene”. Entonces “la libertad es libre” y el “sagrado derecho individual” es la norma. Pero no existen derechos individuales cuando no hay individuos, cuando estos son solamente elementos iguales de una masa amorfa que hace lo mismo manejada por el gran titiritero mediático.

¿Es esta arcilla de la cual saldrá el “nuevo hombre” de la “nación humana universal”? No por cierto. Esta es la masa sobre la cual se asienta “1984” y “Un mundo feliz”. Y sin que la mayoría lo sepa, estamos viviendo la combinación de esa dictadura universal avizorada por George Orwell y Aldous Huxley en esas obras de anticipación.

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Estábamos en un café y había una televisión encendida. El noticiero mostraba cómo se combatía a la droga. Saliendo del lugar público en una avenida transitada, vemos a un chico de alrededor de 17 años acompañando a una chica de su edad, que caminaba con un cigarrillo tomado con el índice y el pulgar y escondido en la palma. Cada seis pasos lo llevaba a la boca, aspiraba profundamente y lo volvía a ocultar. No exhalaba humo alguno. Al pasar al lado, entre tanta gente, pudimos oler la marihuana. Atravesaron la calle en rojo como si estuvieran en un campo de flores, con los automóviles lanzados a toda velocidad contra ellos. En el café los parroquianos atendían a la imagen de la TV. En el mundo real los “habitantes” no atienden la realidad.

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Si el celular, con sus musiquitas, imágenes y mensajes de textos, ha traído la ilusión de la comunicación “individualizada”, el automóvil es el artefacto que ha instalado en la subjetividad de las masas de la revolución industrial la ilusión de la libertad. El automóvil es el mayor ejemplo de transmutación subjetiva que ha logrado la psicología de control y manipulación del capitalismo.

Las tensiones y cargas que ha soportado un sujeto promedio para obtenerlo van en directa relación con la búsqueda de la velocidad y el escape hacia no se sabe dónde realmente. La propaganda explora todas las compensaciones de la esclavitud dorada. El auto no es un móvil que traslada, es clave erótica, potencia sexual, expectativas de disfrute, aventuras eróticas y paraísos imaginados. El auto es el todo de los "chicos" alcoholizados en esta era llamada pos-moderna en la cual se da el fenómeno de la adolescencia extendida, o de la no maduración generacional, donde a sujetos de 30 años se los llama "chicos". Dormitorio orgiástico en el enclave colonial de Punta del Este, donde "los niños bien" se desatan. Depósito de alcohol y falopa rodante. Arma de los "chicos" para matar impunemente peatones. "Chicos" que luego se lamentan por el deterioro que dos cuerpos destrozados produjeron en su auto.

En consecuencia es el objeto-fetiche, el objeto Tabú de la sociedad del petróleo. No se cuestiona. Algunos buscarán destruir cultivos para dar de comer y en su lugar colocar otros para extraer otro combustible para el objeto-fetiche. No importan los seres humanos. Importa el Tabú. “Ambientalistas, ecologistas, anti-ambientalistas y anti-ecologistas, derecha e izquierda” todos protegen al objeto Tabú. De allí que, cuando una revuelta de excluidos ataca la identificación máxima del sistema, incinerándolos en cantidad, la violencia uniforme de los medios contra "los violentos" será extrema. Sin embargo el sistema incinera todos los días a sus objetos, de lo contrario no habría consumo ni ganancias.

La propaganda ha logrado que el automóvil nunca produzca asociaciones tales como la contaminación de gases, monóxido de carbono, plomo, ozono, ruidos, sordera, cáncer, asma, bronquitis crónica, destrucción de ciudades y naturaleza por cada vez más enormes espacios reservados para el estacionamiento y súper carreteras que siempre quedan cortas, smog (el término inglés formado por smoke –humo- y fog –niebla-), muerte, muertos, discapacitados, heridos, embotellamientos, consumo energético, guerras para conseguir más petróleo, efecto invernadero, cambio climático… (1)

También ha logrado instalar como objeto de deseo a los automotores de mayor consumo y contaminación, exaltando su amplitud, su potencia y generando omnipotencia sicológica: las 4 x 4 que sirven para escalar montañas y crear una faceta más de la palabra ambigua “turismo”: el “turismo de aventura”.

En suma se trata ni más ni menos que de la creación – a través de los medios en todos sus formatos – de la alucinación negativa. Porque hay dos clases de alucinación: con una se ve lo que no existe, con la otra no se ve lo que existe.

Nunca olvidaremos el invento mediático del “Día del Aire Puro”. Fue en la avenida Santa Fe de Buenos Aires que estaba con un embotellamiento colosal de automóviles y ómnibus. Ardían los ojos por los gases tóxicos, exacerbados por la mala combustión, un humo negro cubría todo hasta 30 metros de altura, y unas lindas chicas –por unos miserables papelitos de color– estaban ofreciendo una flor a quien caminaba fumando. “Deje de contaminar señor y le doy una flor”.

La alucinación negativa y la alienación en el auto, se ven reforzados por la cada vez mayor opresión del sistema. Y por el encapsulamiento seudo-protector del automóvil de lujo. El cierre hermético, climatizado, sonorizado, todos los parámetros de funcionamiento computarizados, equipos de audio de alta fidelidad, televisores, pantallas con indicación del lugar del mapa donde se encuentra el encapsulado (por conexión GPS satelital), teléfono manos libres, mullidos asientos, faros de potencia, rompe nieblas, parabrisas y anti-empañadores automáticos, suspensión controlada, etc. generan la ilusión de distanciamiento total del medio ambiente y de sus condiciones climáticas. Es el final de una tendencia que se exacerbó con la invasión de Vietnam y la leva militar, la búsqueda de un escape y la ilusión compensatoria del camino que lleva a un sitio que no se sabe dónde está pero donde no habrá opresión. Esa ilusión del camino marcó a toda una generación llamada beat, y que tuvo su propio libro "bíblico" (On the Road -en el camino- de Kerouac) Y que continúa hoy por obra del mismo sistema.

El camino es la única ilusión de libertad que le reserva el sistema a sus súbditos. Y el camino cobra más importancia que el destino.

Solo el que ha conocido la sensación que un automóvil moderno otorga a quien lo maneje especialmente en tierras y rutas extrañas, sabrá de qué se trata. No importa el final, aunque se lo programe. Siempre tendrá mayor significación psicológica el camino que el destino. Y mucho menos el destino de retorno. De allí el escape semanal del encapsulado en su prestigio rodante. Y las muertes en las carreteras y calles.

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El escritor, poeta y dramaturgo argentino Gustavo Etkin creó el verbo plopear. Es la conjugación del plop o súbito instante de desaparición de un ser vivo. Estaba allí y plop no está más. Nadie advierte que el plop es consustancial al misterio de la vida. En todo caso, son los otros que plopean. No uno. Sin embargo el que ellos plopeen es sólo un momento del propio e inevitable plop.

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El hombre era autoritario y daba órdenes cuarteleras a cualquiera de sus familiares, esposa e hijos, por cualquier suceso común, de todos los días. El hombre era militar retirado. Se sentía omnipotente y le había quitado la iniciativa a cada uno de los integrantes del pelotón, perdón, de la familia. Siempre sostenía que sin su presencia estaban todos perdidos, ya que nadie era capaz de disciplina ni de actuar según las reglas que él había impuesto.

Nada escapaba a su mirada entrenada en la revisión de la limpieza de los fusiles. Jamás había tenido algún pensamiento trascendente, o un por qué, ya que “la duda es la debilidad de los intelectuales” y la “auto-crítica es propia de subversivos marxistas”. Había salido de la Escuela de las Américas, promotora de delirantes perseguidores de la seguridad que hacía que liquidaran a los “tibios” y a los que “no tomaban partido”. Sólo leía “La Nación” ya que “La Prensa” de los Gainza Paz era “media subversiva”.

Un día como tantos, salió a ejercitar su cuerpo. Algo falló y en apenas un segundo fue y estuvo en un cajón. Todos, en la aristocrática mansión (pues el retirado había acumulado fortuna a través de métodos no santos, pero por algo estaba la confesión dominical) se miraban asombrados: “Pero si lo vi. hace 20 minutos y estaba tan bien”, “No lo puedo creer ayer estábamos cerrando un gran negocio de exportación con él”. Eso sí, lo esperaba su lote privilegiado – propiedad horizontal para abajo – en un recién instalado “Jardín de la Paz” igualito a los que veía en las películas de Hollywood que tanto le gustaban.

Desapareció. Todos los del pelotón familiar salieron al revés de lo que él había ordenado. Pero todos quedaron con el mate cuadrado. Bien cipayos y bien "déme dos", en sus viajes al soñado Miami de la “Su” Jiménez y de sus ídolos de “música pop”.

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El hombre caminando despacio daba su ronda diaria a la manzana del barrio. Saludaba a los vecinos conocidos – que eran aquellos que no se llevaban a todo el mundo por delante por apurados – y con su nariz roja de payaso o fuerte bebedor, siempre les repetía lo mismo: “Tengo 84 años (la cifra variaba rápidamente con el calendario que pierde rápidamente sus hojas más que cabellos un alopático) y voy a llegar a los 100 porque siempre me tomo un vaso de whisky, se lo digo a usted que es joven: tómese siempre un tanto así de whisky cada día”.

Un día no apareció para hacer su ronda diaria. Había desaparecido justo tres días antes de cumplir 88 años. El barrio perdió otro pedazo de su identidad.

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Un día hubo una entrevista televisiva a una gloria del fútbol argentino: el innovador arquero Amadeo Carrizo del club River Plate. Estaba por cumplir 80 años. Aquí olvidado por ser una factoría que no reconoce a sus creadores, en cualquier campo que sea. Tenía su fórmula para verse como se veía, fuerte y pintón en su porte y con su lucidez: “Como sano y siempre tomo una copa de vino como decía Favaloro”. El único sobreviviente de la famosa “Máquina” de River.

Cada uno de los sobrevivientes del calendario tiene su infalible fórmula de longevidad que oculta predisposiciones genéticas. Armstrong, el cosmonauta norteamericano que volvió de la Luna con una visión mística, tenía la suya: “Nunca hago ejercicio. Cada uno al nacer tiene una cantidad de latidos en su corazón que Dios le ha otorgado. Acelerar esos latidos acorta la vida. Están contados por Dios”

Algunos sobrevivientes siguen idiotas de la nada como cuando eran –ayer nomás– jóvenes. Otros muchos parecieran que han tenido como sentido de vida el del simple permanecer más tiempo vivo.

Algunos proyectan su yo en el cadáver en el que dejarán de ser: “Tengo mi bóveda y quiero que me pongan del lado de la ventana que recibe el sol y el aire de la mañana, porque necesito ese sol y ese aire”

Otros ahogan el vacío que enfrentan con otros vacíos de olvidos productos de mezcla de alcoholes y de drogas. Pocos, observando la desaparición de generaciones, una tras otra, con una mirada fuera del tiempo buscan el sentido. Porque “no hay sentido en la vida si todo termina con la muerte” (2)

Pero, ¿Quién se pregunta cada día quién es?
Y si se preguntara realmente, más allá de toda creencia, “¿Quién soy?”… (3) ¿Quedaría ejerciendo sus maldades y codicias sin fin en la fugacidad de la vida? ¿Tal como los esclavos de su rito semanal de confesiones y absoluciones en los templos del odio y depósito de armamentos? Sí. El enriquecimiento irracional propio de la concentración capitalista así lo indica. El alucinado niega su propia existencia. Porque no es un ser. Es sólo un tener y un querer tener. Y un tener no plantea interrogantes.

*****
El capitalismo es una industria de la muerte porque la ganancia (economía) está por encima del ser humano. Esa ganancia es total alienación (pura locura) de los que ya tienen todo y también alienación de aquellos que no tienen nada y quieren tenerlo todo.

Anula la vida haciendo que seres atomizados y alienados corran por los nuevos templos del presente eterno tras el último objeto de consumo.

Convierte a los seres humanos en objetos de uso y consumo.

Explota la muerte de toda vida en el planeta para obtener más beneficios. Patenta plantas curativas que eran de todos y pasan a ser de ricos. Desertifica el planeta para plantar semillas de muerte que dan transgénicos con semillas muertas y que requieren el Agente Naranja para proteger esas mutaciones.

Hace que los pueblos auto suficientes en alimentos pasen a ser importadores de la alimentación imperial subsidiada de basura comible. Destruye selvas para producir "combustibles" alternativos para que pueda seguir andando el tabú de este sistema.

Genera el caos -que es muerte súbita y muerte anticipada- en las megalópolis. Destruye selvas y agro para el cultivo de soja forrajera, y montañas para buscar oro y otros minerales. Destruye ríos con industrias de extracción. Destruye áreas enteras para sus desechos contaminantes. Cualquier aplicación corporativa es siempre muerte. Cualquier tecnología corporativa es siempre muerte.

Vende lotes exclusivos de “campos de la paz” con pasto inglés, en zonas desérticas o semi-desérticas, que requieren para mantenerse continuo derroche de agua potable que no tienen los excluidos.

El negocio del capitalismo son los desaparecidos.
Desaparecidos por la violencia (ganancia de corporaciones de armamentos y de informática), por la exclusión social (ganancia para elites de privilegiados) y por el genocidio del tiempo (ganancia de las corporaciones de enterradores y congeladores de cadáveres)

El capitalismo es el negocio de la muerte.


Notas:
(1) Algunos números nos dan parámetros de ubicación: Solo 800 millones de autos personales (no incluyendo transportes) originan 1300 millones de toneladas de dióxido de carbono (17% del total), 120 millones de monóxido de carbono (60%), 35 de óxidos de nitrógeno (42%) 25 de hidrocarburos (40%) 9 millones de toneladas de partículas (13%) y 3 millones de óxidos de azufre (3%). Además de ello (que comprende la enfermedad y muerte de seres, inseparable de la destrucción del medio ambiente) hay más de un millón de muertos anuales por accidentes automovilísticos e incontables heridos y discapacitados. Pero también el ser humano cede espacios para él y su entorno. Los automóviles ya ocupan más del 2% de la superficie de EU y UE, contando espacios para estacionamiento y las autopistas cada vez mayores. Si se tomara la situación de las megalópolis de Latinoamérica las cifras serían mayores. En el interior argentino, el medio pelo consagra la tarde del sábado al "lavado" del objeto fetiche. Pasa horas derrochando agua potable sobre el auto, una y otra vez, dejando que la manguera siga arrojando el agua a las alcantarillas, mientras los barrios bajos no tienen presión de agua. El tabú además de destruir, está liquidando recursos esenciales como el agua.

Claro está, la misma consideración --la no asociación con la muerte-- puede realizarse con el otro objeto de moda a cuyo servicio están los seres: el teléfono celular que nadie asocia con las matanzas, saqueos y contaminación derivados de la obtención del coltan, necesario para los microcircuitos electrónicos.

(2) La mirada interna - Silo
(3) No dejes pasar tu vida sin preguntarte: “¿quién soy?” – No dejes pasar tu vida sin preguntarte: “¿hacia dónde voy?” – No dejes pasar un día sin responderte quién eres…. (…) No imagines que estás encadenado a este tiempo y a este espacio - No imagines que en tu muerte se eterniza la soledad. – Silo
Marcelo Ambrosoni – Mayo 2006

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